Afortunadamente, hemos entendido que el modelo tradicional
de educación basada en el autoritarismo y la coerción, donde los niños eran a
menudo maltratados física y psicológicamente por padres “rectos”, rígidos y
restrictivos que creían que así ayudaban a sus hijos a convertirse en personas
de provecho, debe dejar paso a un modelo democrático más comunicativo y
educativo que tiene evidentes ventajas pero que también puede dar problemas
cuando no se aplica correctamente. Quizás sea el motivo por el que cada día encuentro
en consulta más casos de niños y adolescentes egoístas, narcisistas,
egocéntricos, desmotivados, inconscientes del valor de lo que les rodea, prepotentes
y problemáticos, que conocen bien sus derechos pero que no están dispuestos a
aceptar límites ni normas de ningún tipo. Estos adolescentes son blanco fácil
de la incultura, del desempleo, de las drogas y de multitud de trastornos
psicológicos. Jóvenes que no se alimentan bien, que no quieren estudiar, que no
ayudan en casa, que no respetan a sus padres ni a nadie, que sólo buscan el refuerzo
fácil y el seguir viviendo la vida a costa de los demás.
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