El desarrollo económico ha traído consigo una mejoría en la calidad de vida de las personas, aunque también cambios sociológicos importantes, como los que afectan a los modelos de cooperación entre los seres humanos. Antiguamente, en épocas de escasez, en las pequeñas comunidades las personas tendían a ayudarse unas a otras lo que aumentaba las probabilidades de supervivencia. Las familias estaban muy unidas y constituidas por todos sus miembros de parentesco, los vínculos entre las comunidades de vecinos y de amigos eran estrechos, y el apoyo solidario constituía uno de los pilares sociales fundamentales. Sin embargo, cuando la percepción de supervivencia ya no está en juego, a medida que los medios básicos de subsistencia se van asegurando, las personas se vuelven más individualistas, las familias se reducen y cada cual tiende a pensar sólo en sí mismo, potenciándose la máxima "sálvese quien pueda".
Todo ello deja al descubierto una realidad: los seres humanos no son muy eficientes a la hora de cooperar entre sí si no hay un beneficio individual de por medio, por lo que la resolución de un problema a gran escala en el que haya que involucrar la cooperación de muchas personas sin que exista perfectamente demarcada una rentabilidad individual directa e inmediata, se convierte en una tarea complicada. Y es precisamente lo que está ocurriendo en el proceso de resolución de los asuntos que afectan al medio ambiente.
Todos somos conscientes de la existencia de amenazas medioambientales a nivel global que los países no logran solucionar. Y esto no debe sorprendernos cuando ni siquiera somos capaces de solventar los conflictos que tenemos a nivel local: la desertización del suelo cordobés, la deforestación de nuestros espacios naturales, las parcelaciones ilegales, la contaminación de los cauces y acuíferos (tenemos reciente el desastre ecológico provocado nuevamente por Oleícola El Tejar, con un vertido de orujo en el Guadalquivir que ha matado a miles de peces y ha destruido la diversidad biológica), la utilización de pesticidas, los incendios forestales, los abusos de las empresas (jamás debemos olvidar la barbarie de Asland en la Loma de los Escalones), las malas prácticas en el deporte de la caza (uso de venenos, eliminación de depredadores, mala gestión de cotos...), la extracción ilegal de aguas subterráneas, y un sinfín de prácticas perniciosas que ni las instituciones cordobesas ni ninguna organización han sido ni serán capaces de frenar. Todo ello ya está afectándonos de manera importante, aunque nada comparable con los problemas que vendrán. Una patata caliente que le pasaremos a la siguiente generación, precisamente la más formada pero también la más individualista de nuestra historia.
Todo ello deja al descubierto una realidad: los seres humanos no son muy eficientes a la hora de cooperar entre sí si no hay un beneficio individual de por medio, por lo que la resolución de un problema a gran escala en el que haya que involucrar la cooperación de muchas personas sin que exista perfectamente demarcada una rentabilidad individual directa e inmediata, se convierte en una tarea complicada. Y es precisamente lo que está ocurriendo en el proceso de resolución de los asuntos que afectan al medio ambiente.
Todos somos conscientes de la existencia de amenazas medioambientales a nivel global que los países no logran solucionar. Y esto no debe sorprendernos cuando ni siquiera somos capaces de solventar los conflictos que tenemos a nivel local: la desertización del suelo cordobés, la deforestación de nuestros espacios naturales, las parcelaciones ilegales, la contaminación de los cauces y acuíferos (tenemos reciente el desastre ecológico provocado nuevamente por Oleícola El Tejar, con un vertido de orujo en el Guadalquivir que ha matado a miles de peces y ha destruido la diversidad biológica), la utilización de pesticidas, los incendios forestales, los abusos de las empresas (jamás debemos olvidar la barbarie de Asland en la Loma de los Escalones), las malas prácticas en el deporte de la caza (uso de venenos, eliminación de depredadores, mala gestión de cotos...), la extracción ilegal de aguas subterráneas, y un sinfín de prácticas perniciosas que ni las instituciones cordobesas ni ninguna organización han sido ni serán capaces de frenar. Todo ello ya está afectándonos de manera importante, aunque nada comparable con los problemas que vendrán. Una patata caliente que le pasaremos a la siguiente generación, precisamente la más formada pero también la más individualista de nuestra historia.
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